Boletín de Situación Internacional del 6 al 12 de octubre
Nada es exactamente lo que parece.
Introducción
La tregua en Gaza marca algo más que el fin temporal de la violencia: inaugura una fase de reajuste estratégico. Bajo la superficie del alto al fuego, se despliegan redes de inteligencia compartida, intereses económicos en la reconstrucción y maniobras diplomáticas que reconfiguran las alianzas regionales. La paz se negocia, pero también se instrumentaliza, mientras las grandes potencias compiten por definir las reglas del nuevo equilibrio.
1. Gaza: Entre la paz y el espejismo diplomático
El alto al fuego anunciado en Gaza el pasado 10 de octubre de 2025 ha sido recibido por la comunidad internacional con una mezcla de esperanza y escepticismo. Tras más de dos años de conflicto, el acuerdo impulsado por Estados Unidos y avalado por varios actores regionales ha abierto, al menos sobre el papel, una ventana de oportunidad para la diplomacia.
La hipótesis optimista sostiene que esta tregua podría marcar el inicio de un proceso de paz sostenible. Primero, porque la devastación humanitaria y económica en Gaza ha generado un consenso internacional sobre la urgencia de detener la violencia. Segundo, porque la presión estadounidense sobre Israel, combinada con la promesa de inversiones masivas en la reconstrucción, podría crear incentivos suficientes para que ambas partes cumplan con sus compromisos. Tercero, porque la implicación de actores como Egipto, Qatar y Turquía —junto con potencias europeas— puede ofrecer las garantías necesarias para evitar un nuevo colapso. Y, finalmente, porque una comunidad internacional exhausta tras décadas de estancamiento parece dispuesta a invertir capital político y económico en un proceso que, esta vez, podría tener éxito.
Sin embargo, la historia del conflicto palestino-israelí obliga a la prudencia. Los Acuerdos de Oslo —a los que The Economist ha comparado el plan estadounidense— tampoco lograron crear un Estado palestino ni poner fin a la ocupación. Por el contrario, derivaron en una expansión de los asentamientos en Cisjordania, el estallido de la Segunda Intifada y la fragmentación del liderazgo palestino. La pregunta vuelve a ser inevitable: ¿qué garantiza que el plan actual no siga el mismo destino?
La crítica estructural: Política de poder disfrazada
Desde una perspectiva más escéptica, el CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) ha calificado el acuerdo como una “política de poder disfrazada de diplomacia”. El think tank catalán subraya que el plan fue diseñado sin participación palestina, reduciendo a este pueblo a “objeto de gestión por potencias externas” en lugar de reconocerlo como sujeto político.
En su análisis, CIDOB sostiene que la propuesta de una “Fuerza Internacional de Estabilización” y una gobernanza tecnocrática para Gaza se asemeja más a un “remake de un mandato británico” que a una solución justa e inclusiva. Además, la ausencia de un calendario concreto para la creación de un Estado palestino, la indefinición sobre las fronteras y la falta de garantías frente a futuras operaciones militares israelíes refuerzan la idea de que el plan busca gestionar el conflicto, no resolverlo.
El documento menciona la “autodeterminación palestina” solo en su penúltima cláusula, y en términos tan ambiguos que resulta difícil interpretarlos. Tampoco aclara quién lideraría la fuerza internacional ni cómo se evitaría que su papel se asemeje al de una fuerza de ocupación. Por último, la propuesta de una administración transitoria encabezada por figuras occidentales —entre ellas Tony Blair— es percibida por CIDOB como una imposición sin legitimidad local.
Para Israel, el plan ofrece garantías claras: liberación de rehenes, presencia militar permanente y exclusión de Hamas y de la Autoridad Palestina de cualquier papel relevante. Para los palestinos, en cambio, supone la confirmación de que su destino sigue siendo decidido por otros.
El análisis pragmático: Entre la oportunidad y la fragilidad
Una tercera lectura, más pragmática, ha sido planteada por Foreign Policy. La revista considera que el acuerdo no debe interpretarse ni como un triunfo histórico ni como un fracaso anunciado, sino como el inicio de un proceso frágil, sujeto a múltiples tensiones.
Según este enfoque, el momento del acuerdo responde a una confluencia de factores:
Presión interna sobre Netanyahu, acosado por causas judiciales y una coalición inestable.
Cansancio de la población israelí, agotada por un conflicto prolongado y sin horizonte claro.
Necesidad de Washington de mostrar un logro diplomático, que equilibre las críticas por su apoyo incondicional a Israel.
Debilitamiento de Hamas, tras dos años de enfrentamientos y una crisis humanitaria que ha mermado su base social.
Aun así, Foreign Policy advierte que los obstáculos son considerables. La desconfianza entre las partes es profunda, la capacidad de Estados Unidos para presionar a Israel es limitada y el vacío de poder en Gaza podría derivar en nuevas formas de inestabilidad.
El principal interrogante sigue siendo quién gobernará Gaza tras la salida —o el desplazamiento parcial— de Hamas. Sin una autoridad legítima, el riesgo de fragmentación y de surgimiento de actores más radicales sigue latente.
La estrategia de Hamas: Sobrevivir sin rendirse
Hamas enfrenta una encrucijada. Aceptar el acuerdo significaría una rendición sin garantías; rechazarlo, reforzar la narrativa israelí de que la organización es el principal obstáculo para la paz. Ante este dilema, su estrategia ha sido dual: aceptar negociar cuestiones inmediatas como el alto al fuego o el intercambio de prisioneros, pero aplazar el debate sobre la soberanía y el futuro político de Palestina.
Este enfoque busca separar los temas urgentes de los estructurales, preservando margen de maniobra político. Sin embargo, los riesgos son evidentes. Si la discusión sobre la soberanía se posterga indefinidamente, el alto al fuego podría transformarse en una nueva forma de statu quo, con Gaza bloqueada y sin perspectivas de desarrollo ni reunificación.
Al mismo tiempo, al renunciar a participar en la administración postconflicto, Hamas corre el riesgo de perder influencia frente a otras facciones palestinas o ante actores externos con agendas propias.
Las primeras 72 horas: La prueba de fuego
Los primeros tres días tras la entrada en vigor del alto al fuego ofrecieron una primera evaluación de su viabilidad. El 12 de octubre se produjo el primer intercambio de rehenes y prisioneros: tres israelíes fueron liberados por Hamas y noventa palestinos —en su mayoría mujeres y menores— salieron de cárceles israelíes. El proceso transcurrió sin incidentes, aunque se registraron posteriormente enfrentamientos menores en la frontera.
La entrada de ayuda humanitaria también puso de manifiesto los retos logísticos. Pese a que 170.000 toneladas de suministros estaban listas, la devastación de la infraestructura y la falta de coordinación obstaculizaron su distribución. Surgieron tensiones adicionales sobre quién debía gestionar la ayuda: Israel rechazó cualquier participación de Hamas, mientras que las organizaciones internacionales alertaron del riesgo de caos sin su cooperación.
Por último, el llamado “retiro parcial” de las fuerzas israelíes generó nuevas discrepancias. Israel interpretó el término en un sentido limitado, manteniendo posiciones estratégicas dentro de Gaza; los palestinos esperaban un repliegue más amplio. Esta ambigüedad anticipa las tensiones interpretativas que acompañarán cada etapa del proceso.
2. La geopolítica oculta: Cooperación Israel-Árabe y el factor Iraní
Más allá de los titulares sobre el alto al fuego en Gaza, la semana ha revelado una compleja red de intereses y alianzas que operan bajo la superficie de la diplomacia oficial. Filtraciones y análisis de fuentes especializadas han puesto de manifiesto una realidad incómoda: mientras varios Estados árabes condenaban públicamente la ofensiva israelí, ampliaban discretamente sus vínculos de seguridad con Tel Aviv. Esta paradoja refleja una geopolítica regional donde los intereses estratégicos y económicos priman sobre la retórica pública, y donde el enfrentamiento con Irán se erige como eje central de la convergencia entre antiguos adversarios.
Documentos filtrados: La cooperación secreta
El 11 de octubre, The Washington Post publicó una investigación basada en documentos filtrados del gobierno estadounidense que revelaban la existencia de canales activos de cooperación entre Israel y varios Estados árabes clave. Los informes apuntaban a Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto como los principales socios en este entramado de seguridad, coordinado —según las fuentes— por el Comando Central de Estados Unidos (CENTCOM).
Los documentos describen una arquitectura de inteligencia y coordinación militar orientada a contener la influencia de Irán y de sus aliados regionales, a los que califican como parte del “Eje del Mal”. El jefe del Mossad, David Barnea, habría participado directamente en varias de las reuniones secretas, aprovechando la red de contactos establecida durante las anteriores rondas de negociación de paz.
En la práctica, esta cooperación —mantenida al margen del discurso público— confirma que la diplomacia regional no se rige por la lógica del conflicto palestino-israelí, sino por la del equilibrio de poder frente a Teherán.
Intereses divergentes de los Estados Árabes
Aunque la amenaza iraní actúa como elemento cohesionador, los Estados árabes implicados persiguen objetivos distintos.
Arabia Saudita busca consolidar un nuevo orden regional basado en la normalización con Israel —un posible “Abraham Accords 2.0”— a cambio de beneficios tecnológicos, económicos y de defensa, con respaldo de Washington. Riad mantiene el equilibrio entre la causa palestina, necesaria para su legitimidad interna, y sus ambiciones de liderazgo en el Golfo.
Emiratos Árabes Unidos adoptan una aproximación pragmática y empresarial. Ven en la reconstrucción de Gaza un mercado potencial para sus corporaciones de infraestructura y tecnología. La dimensión económica pesa tanto como la política: la estabilización es vista ante todo como una oportunidad de inversión.
Egipto prioriza la seguridad de su frontera y la contención de los Hermanos Musulmanes, aliados ideológicos de Hamas. El debilitamiento de la organización islamista es percibido en El Cairo como un triunfo estratégico que reduce la amenaza interna.
Por su parte, Turquía y Qatar han optado por posiciones más ambiguas. Ankara mantiene su discurso de defensa de Hamas y de la causa palestina, reforzando el relato nacionalista del presidente Erdoğan. Sin embargo, combina esta postura con una activa política de mediación hacia Occidente, buscando un papel relevante en la eventual misión internacional de estabilización. Qatar, en cambio, ha visto erosionada su influencia tras los ataques israelíes a infraestructuras en su territorio, tolerados por Washington, lo que ha debilitado su capacidad de interlocución con Hamas y con Estados Unidos.
La respuesta Europea: Contradicciones simbólicas
Europa ha reaccionado al plan estadounidense con un equilibrio precario entre la presión de la opinión pública y la dependencia estructural de Washington. Aunque algunos gobiernos han endurecido su discurso frente a Israel, la Unión Europea continúa dividida y sin una estrategia común.
Paradójicamente, varios países europeos que reconocieron a Palestina como Estado ahora respaldan un plan que consolida la fragmentación entre Gaza y Cisjordania y posterga indefinidamente la soberanía palestina. Este contraste revela el carácter eminentemente simbólico de aquellos reconocimientos y la falta de coherencia entre la retórica y la práctica diplomática europea.
Intereses ocultos y diplomacia comercial
El trasfondo económico de esta dinámica añade otra capa de complejidad. Informes periodísticos recientes señalan que el hijo de Steve Witkoff, enviado especial de la administración Trump para Oriente Medio, habría buscado financiación en Estados del Golfo —entre ellos Qatar— mientras su padre negociaba con mediadores regionales sobre el alto al fuego en Gaza.
Asimismo, Turquía ha mostrado abiertamente su interés en participar en la reconstrucción de la franja, del mismo modo que lo hizo en Siria y Libia. Este entrelazamiento entre diplomacia y negocios ilustra la difusa frontera entre política exterior, intereses privados y estrategias de influencia en la región.
El riesgo: Palestina como asunto secundario
La convergencia de intereses árabes, occidentales e israelíes corre el riesgo de relegar la cuestión palestina a un segundo plano. En la práctica, Gaza se convierte en un espacio de gestión más que en un territorio con aspiraciones soberanas.
La reconstrucción, los acuerdos de seguridad y el control fronterizo se imponen como prioridades inmediatas, mientras la autodeterminación palestina queda supeditada a consideraciones de estabilidad regional. En este contexto, el plan de paz parece más un instrumento de contención que una propuesta de transformación, preservando la libertad de acción de Israel y el statu quo de la ocupación.
El rol de Estados Unidos: Facilitador o arquitecto
El papel de Washington en esta red de cooperación sigue siendo central. El CENTCOM, con sede en Tampa (Florida), ha impulsado desde hace años la integración de Israel en los mecanismos de defensa regional. Bajo la administración Trump, este proceso se intensificó dentro de una estrategia más amplia de contención de Irán y consolidación de la influencia estadounidense en el Golfo.
No obstante, la cuestión de fondo es si Estados Unidos actúa como simple mediador entre actores que comparten intereses propios, o si está diseñando deliberadamente esta arquitectura regional. La evidencia sugiere una combinación de ambos: los países árabes encuentran beneficios en la cooperación con Israel, pero Washington proporciona el marco tecnológico, militar y político que la hace viable.
La dimensión económica: Reconstrucción y competencia
La reconstrucción de Gaza representa una oportunidad económica sin precedentes. Empresas de Arabia Saudita, Emiratos, Turquía e Israel compiten por contratos en sectores clave como energía, telecomunicaciones, agua y vivienda.
Este potencial económico explica parte del entusiasmo árabe hacia el plan estadounidense. Sin embargo, plantea preguntas cruciales: ¿quién se beneficiará realmente? ¿los palestinos, que han soportado el costo humano del conflicto, o las élites regionales y corporaciones extranjeras? Sin mecanismos de transparencia y de participación local, la reconstrucción podría reproducir las mismas desigualdades estructurales que alimentaron el conflicto original.
El factor Iraní: Aislamiento y resistencia
Irán, excluido de toda negociación, observa con creciente preocupación la consolidación de un eje israelí-árabe-estadounidense. Desde Teherán, el acuerdo es percibido como una “traición” a la causa palestina y una maniobra destinada a su aislamiento.
En respuesta, la República Islámica ha reforzado su apoyo a Hamas, Hezbolá y a las milicias chiíes de Irak y Siria, manteniendo su red de influencia regional. Paralelamente, avanza su programa nuclear, cada vez más cercano a la capacidad de fabricar un arma atómica, con el objetivo de garantizar su disuasión estratégica.
Lejos de debilitar a Irán, esta alianza anti-iraní podría empujarlo hacia una postura más confrontacional. La guerra encubierta entre Israel e Irán —hecha de ciberataques, sabotajes y operaciones clandestinas— corre el riesgo de transformarse en un enfrentamiento abierto, con consecuencias imprevisibles para toda la región.
Lo que se susurra en los círculos
Venezuela y la “inteligencia turbia”
Una investigación de SpyTalk ha sacado a la luz una red opaca de desinformación en torno a Venezuela que involucra a exagentes de la CIA, contratistas privados y figuras políticas estadounidenses. El exoficial Gary Berntsen, quien dirigió operaciones en Afganistán tras el 11-S, ha difundido teorías desacreditadas que vinculan al régimen de Nicolás Maduro con el supuesto fraude electoral de 2020 en Estados Unidos.
La narrativa se ha extendido a informes sobre el “Tren de Aragua”, la banda criminal venezolana a la que algunos informes describen como parte de una “invasión” orquestada por Caracas. No existe evidencia que respalde esta afirmación, pero ha sido suficiente para justificar maniobras militares estadounidenses en el Caribe y ataques aéreos contra embarcaciones venezolanas.
Fuentes de inteligencia consultadas por SpyTalk sugieren que parte de esa información proviene de contratistas privados con intereses económicos en una eventual reconstrucción post-Maduro. En otras palabras, la “inteligencia turbia” podría estar moldeada por quienes aspiran a beneficiarse de un cambio de régimen.
NSO Group: Pegasus cambia de manos
La compra de NSO Group —fabricante del software espía Pegasus— por un grupo de inversores estadounidenses liderado por el productor de Hollywood Robert Simonds ha encendido las alarmas en los círculos de seguridad y derechos humanos.
Oficialmente, Israel retiene poder de veto sobre decisiones clave, pero fuentes cercanas al acuerdo aseguran que el control efectivo de la empresa se ha desplazado. Pegasus, capaz de infiltrar teléfonos sin interacción del usuario, ha sido utilizado por gobiernos autoritarios para espiar a periodistas y activistas. Su papel en el caso del asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi sigue siendo una sombra sobre la compañía.
Rumores en Washington apuntan a que la administración Trump busca acceder a las capacidades de NSO a través de contratistas privados, evitando así los controles legales y la supervisión del Congreso. La externalización de la vigilancia estatal hacia empresas privadas abriría una peligrosa zona gris, con menos transparencia y prácticamente sin rendición de cuentas.
Amenazas y exilio: el caso del profesor Mark Bray
El anuncio del profesor Mark Bray, de la Universidad de Rutgers, de trasladarse a Europa tras recibir amenazas de muerte ha generado preocupación en el ámbito académico estadounidense. Bray, autor de Antifa: The Anti-Fascist Handbook, había criticado públicamente la designación del movimiento antifascista como “organización terrorista doméstica”.
Según fuentes cercanas, no es un caso aislado. Otros académicos, periodistas y activistas habrían recibido amenazas similares, aunque pocos las han hecho públicas por miedo a represalias. Fuentes del FBI reconocen estar al tanto de los casos, pero admiten limitaciones operativas tras la reasignación de recursos hacia el control migratorio.
El resultado es un clima de intimidación que erosiona el debate público y refuerza la sensación de impunidad. En un contexto de creciente polarización, la frontera entre el discurso político y la persecución ideológica se vuelve cada vez más difusa.
El hijo de Witkoff y los fondos del Golfo
En Washington, uno de los rumores más comentados gira en torno a Zachary Witkoff, hijo de Steve Witkoff, enviado especial de Trump para Oriente Medio. Según informes, Zachary habría buscado financiación de Estados del Golfo, incluido Qatar, para proyectos inmobiliarios mientras su padre mantenía reuniones sobre el alto al fuego en Gaza.
Aunque ambos han negado cualquier conflicto de interés, la coincidencia temporal ha levantado sospechas. Diplomáticos consultados por Foreign Policy señalan que la línea entre la diplomacia y los negocios familiares nunca ha sido tan delgada. En este caso, se teme que la posición de Qatar en las negociaciones haya estado condicionada —aunque sea indirectamente— por consideraciones comerciales.
La guerra invisible: operaciones cibernéticas entre Israel e Irán
Mientras las negociaciones avanzan en los despachos, una guerra paralela se libra en el ciberespacio. La firma Recorded Future registró entre el 6 y el 12 de octubre al menos doce ataques de denegación de servicio (DDoS) contra infraestructuras israelíes, incluidos hospitales y sistemas de agua. Los ataques habrían sido ejecutados por grupos vinculados a la Guardia Revolucionaria iraní.
Fuentes israelíes aseguran que la Unidad 8200 respondió infiltrando sistemas de comunicación de Hezbolá en Líbano, obteniendo información sobre movimientos de armas y compartiéndola con Estados Unidos y varios países árabes.
Los analistas advierten que este tipo de enfrentamientos —silenciosos, sin atribución pública— están redefiniendo las reglas del conflicto. Un ciberataque mal interpretado podría desencadenar una respuesta militar convencional. La línea entre la guerra digital y la guerra real nunca ha sido tan delgada.
La purga silenciosa en el Departamento de Estado
Fuentes internas del Departamento de Estado describen una “purga silenciosa” en marcha desde principios de 2025. Al menos una treintena de altos funcionarios habrían sido apartados o reasignados a puestos sin peso político, muchos de ellos especialistas en Oriente Medio, Rusia o China.
Según estas fuentes, las destituciones no se anuncian públicamente: se ejecutan mediante exclusión de reuniones, pérdida de atribuciones o traslados administrativos. El resultado, advierten, es un cuerpo diplomático menos independiente y más alineado con las preferencias políticas de la Casa Blanca.
El impacto podría ser duradero. Varios exembajadores consultados sostienen que la pérdida de conocimiento institucional y de pensamiento crítico dentro del Departamento reducirá la capacidad de Estados Unidos para sostener una política exterior informada y coherente.
Diplomacia en movimiento
Cumbre de Sharm el-Sheikh: el gran teatro diplomático
La cumbre internacional celebrada en Sharm el-Sheikh, Egipto, el 11 de octubre, se convirtió en el epicentro de la diplomacia global. Concebida para consolidar el alto al fuego en Gaza, reunió a más de veinte países y organismos internacionales en una demostración de poder y de cálculo geopolítico. La imagen de Donald Trump, Abdel Fattah al-Sisi, Tamim bin Hamad Al Thani, Recep Tayyip Erdoğan y Benjamin Netanyahu compartiendo el mismo escenario simbolizó, por sí sola, un intento de recomponer las líneas de diálogo en Oriente Medio.
El presidente estadounidense presentó el acuerdo como “el inicio de una nueva era de paz”, comparándolo con los Acuerdos de Camp David de 1978. Anunció además un paquete de ayuda de 10.000 millones de dólares para la reconstrucción de Gaza, condicionado al cumplimiento estricto del acuerdo.
Netanyahu, en cambio, adoptó un tono más reservado. Reafirmó el “derecho innegociable” de Israel a defenderse y subrayó que la retirada militar sería gradual, sin calendario definido. Evitó comprometerse con la creación de un Estado palestino, limitándose a mencionar una “autodeterminación” en términos ambiguos.
Erdoğan se erigió en la voz más crítica. Denunció cualquier acuerdo que “perpetúe la ocupación” e insistió en garantías explícitas de soberanía palestina. Turquía ofreció participar en una fuerza internacional de estabilización, pero solo bajo un mandato que contemple la protección de los derechos palestinos.
La gran ausencia fue la de una representación palestina unificada. Ni Hamas ni la Autoridad Palestina acudieron oficialmente. Algunos representantes independientes asistieron como observadores, pero su papel fue marginal. La imagen reforzó la percepción de que el acuerdo fue diseñado sin participación palestina real.
La posición europea: entre el apoyo y la ambigüedad
La Unión Europea, representada por la Alta Representante Kaja Kallas, expresó un respaldo prudente al alto al fuego. En su declaración del 10 de octubre, Kallas lo calificó como “un paso positivo”, aunque advirtió que “la verdadera prueba será la implementación”.
Sin embargo, las fisuras internas dentro del bloque quedaron al descubierto. España e Irlanda mantuvieron una posición crítica, reclamando un calendario vinculante hacia un Estado palestino. “Sin horizonte político claro, no hay paz sostenible”, advirtió el ministro español José Manuel Albares. Alemania y los Países Bajos, por el contrario, pidieron aprovechar la “ventana de oportunidad” abierta por la tregua.
Bruselas anunció un paquete de ayuda humanitaria de 500 millones de euros y la disposición a enviar personal civil para apoyar la administración temporal de Gaza. No obstante, varios Estados miembros rechazaron enviar tropas a la fuerza internacional, alegando falta de garantías de seguridad y de claridad en el mandato.
China y Rusia: los grandes ausentes
Ni China ni Rusia asistieron a la cumbre, una ausencia que fue tanto simbólica como estratégica. Ambos países calificaron el plan estadounidense de “unilateral” y “parcial”, reiterando que cualquier solución duradera debe pasar por el Consejo de Seguridad de la ONU.
Pekín reafirmó su apoyo a una solución de dos Estados basada en las fronteras de 1967, con Jerusalén Este como capital palestina. En una declaración emitida el 11 de octubre, propuso convocar una conferencia internacional bajo auspicios de la ONU, abierta a todas las partes, incluidos Hamas y la Autoridad Palestina.
Moscú, aún más contundente, describió el plan de Trump como “una imposición que ignora los derechos legítimos del pueblo palestino”. Lavrov advirtió que Rusia no reconocerá ningún acuerdo que no tenga aval multilateral. Moscú busca así reforzar su perfil como contrapeso diplomático a Washington, apoyándose en su red de aliados en Irán, Siria y Líbano.
Ambos países parecen apostar por una estrategia de posicionamiento: mostrarse como alternativas “inclusivas” a la diplomacia estadounidense, en un contexto de creciente fragmentación global.
Japón: transición política y continuidad diplomática
En plena transición de liderazgo, Japón trató de mantener su perfil internacional. La recién elegida líder del Partido Liberal Democrático, Sanae Takaichi, sostuvo su primera conversación con Donald Trump el 9 de octubre. Ambos reafirmaron la alianza bilateral y discutieron la seguridad en el Indo-Pacífico, en particular la necesidad de “contener las ambiciones expansionistas de China”.
Sin embargo, dos días después, Takaichi realizó una visita al Santuario Yasukuni, gesto que reavivó tensiones históricas. China y Corea del Sur emitieron protestas formales, calificando la visita de “provocación inaceptable”. Seúl canceló una reunión bilateral prevista para finales de mes.
El episodio proyecta incertidumbre sobre la capacidad de la nueva dirigente para equilibrar su agenda nacionalista con las prioridades estratégicas de Washington en Asia.
Macron en modo supervivencia
Acorralado por una crisis política interna, Emmanuel Macron intentó recuperar protagonismo en el escenario internacional. El 8 de octubre mantuvo una llamada con Volodymyr Zelensky, prometiendo un nuevo paquete de ayuda militar de 300 millones de euros y anunciando una conferencia sobre la reconstrucción de Ucrania en París para noviembre.
Al mismo tiempo, las tensiones con Alemania salieron a la luz. El canciller Olaf Scholz criticó la gestión económica francesa, advirtiendo de “riesgos sistémicos” para la eurozona. Este intercambio, inusual en su franqueza, reflejó el deterioro del eje franco-alemán, núcleo tradicional de la política europea.
Macron busca proyectar liderazgo exterior en un momento en que su margen interno se reduce, confiando en que la diplomacia internacional pueda ofrecerle una tregua política doméstica.