Budapest, del recuerdo a la mediación
Cómo la capital húngara entró en las quinielas para unas conversaciones de paz entre Moscú y Kyiv.
En cuestión de días, Budapest ha pasado de rumor recurrente a opción verosímil en la baraja de posibles sedes para un encuentro de alto nivel entre Volodímir Zelenski y Vladímir Putin, con Washington alentando —y delimitando— el marco de seguridad. La ciudad aparece en los radares por una combinación de factores políticos, jurídicos y simbólicos que, juntos, la vuelven tan plausible como polémica. El primer empujón mediático lo dio POLITICO, al situarla como la candidata con más papeletas por su conveniencia logística y por el encaje legal derivado de la orden de arresto de la CPI contra Putin. Ese mismo día, The Guardian recogió que la Casa Blanca contemplaba Budapest entre las sedes posibles, con la cautela habitual del Kremlin sobre cualquier formato que suponga un cara a cara inmediato.
No es una casualidad del destino azaroso. Hungría lleva meses tejiendo un papel diferencial en el contencioso. En la primavera de 2025, el Gobierno de Viktor Orbán impulsó una narrativa de “realismo” que chocó con la línea mayoritaria de la UE, instando a abrir un canal directo con Moscú y frenando declaraciones conjuntas consideradas excesivas por Budapest. Ese posicionamiento se tradujo, llegado agosto, en una oferta explícita para acoger conversaciones entre Rusia y Ucrania, reiterada por el ministro de Exteriores Péter Szijjártó.
El encaje jurídico pesa. Hungría ha iniciado el proceso de retirada de la Corte Penal Internacional, una decisión defendida por Orbán por la supuesta “politización” del tribunal. El Parlamento aprobó el inicio del procedimiento el 20 de mayo de 2025, abriendo un periodo de un año hasta su efectividad. Este contexto contrasta con la respuesta suiza: Berna se ha mostrado dispuesta a conceder inmunidad de paso a Putin si su visita obedeciera a una cumbre de paz, pese a ser Estado Parte de la CPI. Para Budapest, el diferencial reside en que su marco actual —y su senda de salida de la CPI— reduce incertidumbres sobre la presencia del líder ruso, un elemento que pesa en cualquier “logística de cumbre”.
A ese sustrato legal se suma un simbolismo de primera magnitud. El 5 de diciembre de 1994, en Budapest, Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia firmaron el Memorando de Budapest con “aseguramientos de seguridad” a Ucrania a cambio de su adhesión al TNP y la entrega del arsenal nuclear heredado de la URSS. La violación de esos compromisos por parte de Moscú en 2014 y, de facto, desde 2022, convirtió aquel acuerdo en un recordatorio amargo de promesas incumplidas. Reunirse hoy en la misma ciudad sería, para algunos, cerrar un círculo; para otros, una ironía difícil de asumir (National Security Archive —texto y dossier). No extraña, por ello, que el primer ministro polaco, Donald Tusk, haya desaconsejado Budapest como sede precisamente por “superstición” y por el peso del 94.
El interés de Washington por un formato sin botas estadounidenses en el terreno, con posibilidad de apoyo “desde el aire” y responsabilidades europeas reforzadas, añade otra capa. En ese esquema, Budapest funciona como sede política y logísticamente conveniente para un primer contacto: capital de la UE, con un anfitrión que conserva canales con Moscú y una relación fluida con la Casa Blanca, y con capacidad de montar un operativo de seguridad en tiempo récord (contexto general recogido por The Guardian, 19/08/2025).
La ventaja comparativa de Budapest, así, se sostiene en tres pilares. Primero, acceso y logística: Hungría puede garantizar con rapidez la seguridad y el alojamiento de una delegación múltiple al máximo nivel. Segundo, interlocución útil: Orbán ha mantenido conversación con el Kremlin incluso en fases de máxima tensión, capital relacional que puede facilitar la fase de “talks about talks”. Tercero, señal política: para Moscú, que la reunión se celebre en una capital de la UE menos hostil proyecta una Europa no monolítica; para Washington, que el anfitrión sea un socio europeo “heterodoxo” reduce el coste político interno de la foto, al evitar percepciones de tutela directa norteamericana. En suma, verosimilitud más que neutralidad.
Las desventajas son igual de evidentes. La primera, de óptica para Kyiv: negociar en la capital de un país que ha ralentizado sanciones y mantiene vínculos energéticos con Rusia puede percibirse como terreno poco neutral, incluso tendencioso. La segunda, intra‑UE: varios socios, especialmente en el Este, temen que la elección envíe la señal de una “paz a cualquier precio”. La tercera, jurídico‑política: el cruce entre el proceso húngaro de salida de la CPI y los compromisos europeos seguirá siendo un punto de fricción. Por todo ello, Ginebra o Estambul siguen en el cuadro de alternativas: ofrecen neutralidad institucional (Suiza) o mediación operativa probada (Turquía) (Reuters, 19/08/2025).
El debate sobre la sede llega, además, con la energía en primer plano. En agosto, Ucrania atacó varias veces el nodo de Unecha del oleoducto Druzhba en Bryansk, afectando el flujo hacia Hungría y Eslovaquia. Budapest y Bratislava elevaron el tono contra Kyiv, y la cuestión energética se coló en el intercambio público y en la conversación con Estados Unidos. El impacto operativo —interrupciones de varios días en los suministros— demostró a la vez la vulnerabilidad de Hungría y su interés directo en la estabilidad del teatro, un factor que puede jugar a favor (o en contra) de su papel como anfitrión.
Conviene separar escenografía y contenido. La tentación del “evento” —la foto, el titular— es fuerte, pero la arquitectura de una tregua sostenible requiere semanas de trabajo técnico invisible: verificación del alto el fuego, líneas de contacto, mecanismos de incidente, canjes humanitarios, anillos de defensa aérea, calendarios de retirada y cláusulas de cumplimiento. Budapest puede ofrecer el telón; el éxito dependerá de lo que no se vea: mapas, coordenadas y garantías escalonadas que no descansen en la volatilidad política. En esa clave, la idea de apoyos “por aire” y la “europeización” de la seguridad para Kyiv deben traducirse en capas de disuasión medibles y en compromisos verificables a 12‑24 meses (contexto en The Guardian).
La política doméstica pesa a ambos lados. En Washington, el impulso negociador convive con el riesgo de sobre‑personalizar un proceso que, por definición, exige multilateralidad y paciencia. En Moscú, la cautela oficial —“prepararlo con el máximo cuidado”— oculta un fondo bien conocido: la exigencia de territorio y estatus difícilmente compatible con las líneas rojas ucranianas. En Kyiv, el dilema es táctico: ¿un encuentro rápido que desatasque canjes y alivie infraestructuras, o una negociación más lenta pero blindada?
El recelo europeo hacia Budapest como sede, cristalizado en la crítica pública de Tusk, refleja un temor de fondo: que la elección de la ciudad se convierta en el primer peldaño de una narrativa conducente a concesiones indeseadas. De ahí que varios gobiernos insistan en condiciones de proceso, más que en vetos geográficos: preacuerdos escritos antes de la foto, mecanismos de verificación desde el día uno, compromisos de seguridad multilaminares con entregables concretos (defensa aérea, munición, inteligencia) y una hoja de ruta pública que acote la ambigüedad.
¿Por qué, entonces, Budapest? Porque es una anomalía funcional en un tablero con pocas casillas disponibles. Puede convocar —ninguna parte la interpreta como humillación—, puede proteger —capacidad logística y de seguridad de primer orden— y puede contener —bajo el escrutinio de la UE y EE. UU., la escenografía no se traduce fácilmente en concesiones sustantivas sin contrapesos—. El precio es evidente: mayor ruido político y debate sobre sesgos. Pero quizá sea el coste inevitable para abrir, siquiera, un canal realista. En un mundo de segundas mejores opciones, la capital húngara funciona como instrumento: útil si el proceso está bien diseñado; contraproducente si sustituye a la arquitectura por la foto.
En definitiva, Budapest ha entrado en las quinielas no por su neutralidad —que no tiene—, sino por su utilidad. Es el país de la UE más cercano al Kremlin que, precisamente por eso, ofrece una pista de aterrizaje que otros no pueden; es la ciudad del Memorando de 1994 que podría alojar el intento de coser sus jirones; y es un anfitrión discutido dentro de Europa que aporta una ventaja táctica que un anfitrión impecable quizás no ofrecería. Nada garantiza el éxito y todo desaconseja el triunfalismo. Pero si el objetivo es evitar una mala paz y abrir una vía hacia compromisos verificables, lo que decidirá el desenlace no es el nombre de la ciudad, sino cómo se negocie, qué se firme y quién lo respalde. Budapest, bien usada, puede servir; mal planteada, solo añadiría otra ironía a la historia.