Europa en el interregno
Crónica de un almuerzo con Pol Morillas en el IRF
Hay días en los que la geopolítica deja de ser un mapa abstracto y se sienta a la mesa. Hoy, en el Círculo del Liceo, escuchamos a Pol Morillas presentar En el patio de los mayores. Europa ante un mundo hostil. Más que un libro, es un diagnóstico sereno —y urgido— sobre el lugar que le queda a Europa cuando el viejo guion de posguerra ya no explica el escenario.
Morillas parte de una idea poderosa: vivimos un interregno. Lo viejo no termina de morir; lo nuevo, aún no nace. En ese “entretiempo” confluyen tres fuerzas que reordenan el tablero: el traslado material del poder hacia Asia y el Indo-Pacífico; la batalla ideacional que discute la centralidad liberal; y la crisis del multilateralismo, fatigado por vetos cruzados y por foros que ya no arbitran como antes. No es retórica: son placas tectónicas.
“La paradoja de nuestro tiempo: la política se renacionaliza, pero las crisis son irreductiblemente transnacionales.”
La frase resume el nudo del problema. Los Estados vuelven a hablar el lenguaje del interés y del poder —con una claridad que incomoda—, mientras los desafíos que definen este siglo (tecnología, energía, clima, cadenas de suministro, migraciones) son sistémicos. No se resuelven con fronteras; exigen escala, coordinación y, sobre todo, capacidad de ejecución.
Aquí es donde Europa, “alumna modelo” del orden basado en reglas, se descubre vulnerable. Fuimos diseñados para un mundo que ya no existe: globalización benevolente, tutela de seguridad transatlántica, multilateralismo eficaz. Ese ecosistema se ha degradado y la UE enfrenta un dilema fundacional: profundizar la integración —incluida seguridad y defensa— o aceptar el relato alternativo de la “Europa de las naciones”, hoy con doctrina y tracción electoral. Morillas reconoce que esa corriente acierta en el diagnóstico de nuestras carencias; falla en la salida: en una economía entrelazada, la promesa de autosuficiencia es un espejismo costoso.
El autor propone un pragmatismo poco dado a grandes eslóganes: menos fragmentación, más escala. No se trata de invocar “Estados Unidos de Europa”, sino de cerrar brechas concretas: mercado energético y fiscal con reglas comunes; política industrial que compre y fabrique a tamaño europeo; capacidades compartidas en defensa, munición, ciber y espacio; estándares que conviertan la regulación en poder real, no solo normativo. Regular sin producir no es estrategia; es un gesto.
La conversación deja dos relojes corriendo a la vez. El primero, externo: cuánto tardará el resto del mundo en fijar un nuevo orden en el que Europa llegue tarde y con poco que ofrecer. El segundo, interno: cuánto tardaremos en integrar lo pendiente antes de que se agote el capital político que ahora mismo aún existe —los informes, los planes, los consensos de mínimos—. La ventana está abierta, pero no lo estará siempre.
Queda, sin embargo, un margen para el optimismo exigente. Morillas subraya que muchos actores buscan aliados múltiples: India no quiere depender de China; América Latina no quiere ser patio trasero de nadie; África mira con pragmatismo. Si Europa ordena su casa y habla el lenguaje del poder sin renunciar a sus principios, puede ser ese aliado preferente: previsible, serio, capaz de compromisos largos y de soluciones técnicas.
Salimos del almuerzo con una sensación clara: no es momento de ajustar cuentas partidistas, sino de tomar decisiones adultas. Europa ha aprendido a describir el mundo; ahora debe decidir en él. “Jugar en el patio de los mayores” no es una metáfora épica: es un programa de trabajo. Menos complacencia, más ejecución. Menos declaraciones, más capacidades. Menos fragmentación, más Europa útil.
En el IRF seguiremos esta conversación —con números, con indicadores y con casos—, porque la geopolítica, cuando importa, deja huella en la vida cotidiana: en la factura energética, en la industria, en la seguridad de nuestras ciudades y en el horizonte de nuestras democracias. El reloj corre. Y, por una vez, está en nuestras manos adelantarlo.





