Boletín de Situación Internacional del 10 al 16 de noviembre
Tensiones dentro de Five Eyes, señales de una era post–control de armas y movimientos calculados de China definen la semana.
Introducción
La última semana ha dejado al descubierto una serie de dinámicas que confirman la creciente fragilidad del orden internacional. Desde la crisis venezolana —que ha derivado en tensiones dentro de alianzas occidentales tradicionalmente cohesionadas— hasta el deterioro acelerado del sistema de control de armas nucleares, los acontecimientos recientes apuntan a un entorno estratégico más volátil y menos predecible. Paralelamente, China continúa ajustando su posicionamiento global mientras lidia con presiones económicas, tecnológicas y geopolíticas que redefinen su margen de maniobra. En Europa, las discusiones sobre seguridad, autonomía estratégica y legitimidad democrática revelan un continente en transición, sin consensos claros sobre su dirección futura.
En un contexto marcado por la competencia entre potencias, la erosión de normas establecidas y la presión simultánea de crisis regionales, comprender la interacción entre estos elementos es esencial para evaluar hacia dónde se mueve el sistema global.
1. Venezuela: la escalada que resquebraja la inteligencia occidental
La crisis venezolana ya no es únicamente un conflicto regional ni una disputa entre Washington y Caracas: se ha convertido en una grieta profunda dentro de la comunidad de inteligencia occidental. El despliegue de un portaaviones estadounidense con 15.000 tropas en el Caribe y los planes de la administración Trump para el “día después” de Maduro han generado un nivel de desconfianza sin precedentes entre aliados que, hasta ahora, se consideraban indivisibles.
El contraste entre las fuentes es revelador. Politico describe una planificación improvisada, sustentada más en intuiciones que en una estrategia estructurada: un funcionario admite que “tenemos los conceptos de un plan”, una frase que ilustra el grado de improvisación en una operación de enorme alcance.
SpyTalk, por su parte, revela la consecuencia más seria: Reino Unido, Canadá y Países Bajos han suspendido el flujo de inteligencia hacia EE. UU., la primera ruptura real dentro de la alianza Five Eyes desde su creación. Erik Akerboom, director del AIVD holandés, lo expresa con una sobriedad inquietante: “A veces hay que pensar caso por caso: ¿puedo compartir esta información o no? Somos más críticos”.
El mensaje entre líneas es inequívoco: los aliados no cuestionan solo la estrategia estadounidense, sino la fiabilidad de la Casa Blanca como socio.
Mientras tanto, Foreign Policy añade una capa aún más compleja al abrir el debate sobre una intervención directa para derrocar a Maduro. Algunas voces avalan esta vía, pero otras advierten de un riesgo mayor: que un vacío de poder acelere la expansión del narcotráfico, agrave la corrupción y desestabilice aún más a toda la región. Carrie Filipetti lo formula con precisión quirúrgica: si el Estado colapsa y nadie asume la autoridad, “el tráfico de drogas y la corrupción solo pueden empeorar”.
La preocupación común entre todas las fuentes es la misma:
Washington parece decidido a avanzar sin un plan sólido, sin consenso interno y sin el respaldo de sus aliados más estrechos.
Lo que nació como “operación contra los cárteles” se perfila, en realidad, como un intento de cambio de régimen con déficits diplomáticos, fracturas dentro de Five Eyes y un riesgo real de descontrol regional. La región caribeña se convierte así en el nuevo termómetro de la cohesión —o disgregación— del mundo occidental.
2. El fin del control de armas nucleares: la era posterior a la contención
El sistema de control de armas que sostuvo la estabilidad estratégica durante más de medio siglo atraviesa su crisis más profunda desde el final de la Guerra Fría. Con New START a meses de expirar y sin señales de una negociación seria para reemplazarlo, Estados Unidos y Rusia han vuelto a mencionar públicamente la posibilidad de reanudar pruebas nucleares. No es solo un gesto simbólico: es la confirmación de que la arquitectura de contención que limitaba los riesgos existenciales del sistema internacional se está desmantelando sin alternativas.
Chatham House lo formula con claridad: el reloj para salvar el acuerdo “está prácticamente agotado”. New START no solo imponía límites cuantitativos; proporcionaba canales de verificación y transparencia que, aunque imperfectos, reducían el margen de error y de cálculo equivocado entre las dos potencias nucleares dominantes. Su desaparición dejaría un vacío regulatorio que no existe desde principios de los años ochenta.
Ese vacío surge en un momento extremadamente delicado. China está ampliando su arsenal a un ritmo desconocido hasta ahora y busca deliberadamente una mayor paridad estratégica con Washington. A ello se suma la guerra en Ucrania, donde Moscú recurre con creciente frecuencia a la retórica nuclear para compensar sus debilidades convencionales. La combinación de modernización acelerada, conflicto prolongado y deterioro diplomático forma un entorno propicio para una carrera armamentista de nueva generación.
The Economist, en su análisis semanal, vincula este retroceso a una tendencia más amplia: la erosión de las normas que definieron la era posterior a 1991. En un contexto de desconfianza estructural entre Washington, Moscú y Pekín, la ausencia de límites formales podría incentivar no solo la expansión de arsenales estratégicos, sino también el desarrollo de capacidades tácticas avanzadas, desde armas hipersónicas hasta sistemas de doble uso cada vez más difíciles de controlar.
La dimensión internacional tampoco es menor. La fragilidad del régimen de no proliferación podría animar a actores regionales —desde Oriente Medio hasta Asia-Pacífico— a reconsiderar el valor de una disuasión nuclear propia. Sin un marco global sólido, las garantías de seguridad pierden credibilidad y la tentación de buscar alternativas aumenta.
Lo que está en juego no es únicamente un tratado bilateral, sino la última pieza funcional de un marco diseñado para evitar que la competencia entre grandes potencias derive en un error irreparable.
Si New START expira sin sustituto, el mundo entrará en una fase de incertidumbre estratégica en la que las armas nucleares dejarán de estar reguladas por acuerdos y volverán a estarlo, esencialmente, por percepciones de riesgo y voluntad política.
Y ambos elementos, hoy, son más volátiles que nunca.
3. China: entre el supuesto “pico de poder” y una estrategia en recalibración
El debate sobre la trayectoria de China volvió a ocupar un lugar central en el análisis internacional esta semana. Diversas publicaciones —desde Foreign Policy hasta The Economist y el Financial Times— presentan evaluaciones matizadas y, en ocasiones, divergentes sobre el punto en el que se encuentra el poder chino y hacia dónde se dirige.
Una de las preguntas más influyentes la plantea Bilahari Kausikan: ¿ha alcanzado China su pico de poder en Asia? Su tesis sostiene que Pekín opera desde una posición más frágil de lo que su proyección exterior sugiere. Los argumentos incluyen tensiones económicas persistentes, vulnerabilidades demográficas y un creciente rechazo regional a su política de presión, especialmente en el Sudeste Asiático y en torno a Taiwán. Esta línea de pensamiento se refuerza con la cobertura del Financial Times, que describe un aumento significativo de las tensiones con Japón, especialmente en relación con el futuro de Taiwán, en un momento en que la política exterior estadounidense es percibida como menos predecible bajo la administración Trump.
Sin embargo, otros análisis presentan un panorama distinto. The Economist y varias voces del FT sostienen que la narrativa del “pico de poder” simplifica en exceso una realidad más compleja. Según esta visión, China no estaría entrando en declive, sino en un proceso de reconfiguración estratégica: menos centrada en el crecimiento económico intensivo y más orientada a reforzar sectores que considera fundamentales para su influencia futura, desde las tecnologías verdes hasta la inteligencia artificial y la producción avanzada. Las cifras recientes de exportaciones —descritas por The Economist como un “repunte sorprendente”— apuntan a una economía que, pese a sus desequilibrios, sigue manteniendo una capacidad significativa para moldear los mercados globales.
Este reposicionamiento tiene implicaciones directas para Europa. La UE continúa mostrando una fuerte dependencia de los insumos tecnológicos, industriales y energéticos de China. El Financial Times alerta de los “cuatro jinetes” de esta dependencia —materiales críticos, baterías, energía solar y cadenas de suministro tecnológicas— mientras que CIDOB y Politico advierten que el retroceso europeo en políticas climáticas podría reforzar dicha dependencia, al dejar más espacio a las tecnologías chinas en el continente.
La conclusión común entre las diferentes fuentes no es que China esté ascendiendo o declinando de forma lineal, sino que su poder se está transformando. La combinación de capacidades tecnológicas avanzadas, una diplomacia más selectiva y un uso calculado de su influencia económica permite a Pekín adaptarse a un entorno menos favorable que hace cinco años, pero todavía manejable.
En definitiva, más que un momento de “pico”, el escenario actual sugiere una transición estratégica: China ya no crece como antes, pero sigue disponiendo de herramientas suficientes —económicas, tecnológicas y diplomáticas— para influir en la configuración del orden regional e internacional.
4. Europa: fragmentación interna, rearme acelerado y una crisis de orientación estratégica
Europa atraviesa una fase de transición marcada por tensiones estructurales que afectan tanto a su cohesión política como a su capacidad para actuar en un entorno internacional cada vez más competitivo. La combinación de descontento ciudadano, presiones externas y debates internos sobre seguridad y autonomía estratégica está configurando un continente que busca respuestas sin un consenso claro sobre la dirección a seguir.
Una encuesta de Ipsos, destacada por Politico, ofrece un punto de partida significativo: cerca de la mitad de los votantes en nueve democracias occidentales consideran que sus sistemas están “rotos”. Este diagnóstico no apunta a un colapso inmediato, pero sí a una erosión sostenida de la confianza institucional, con implicaciones directas para la estabilidad política y la resiliencia democrática.
Al mismo tiempo, el continente ha iniciado un proceso de rearme acelerado. Alemania, tras décadas de contención militar, se perfila como el actor llamado a liderar la capacidad defensiva europea. Politico lo describe como un “giro histórico”, mientras que Francia —tradicional referente en seguridad y proyección exterior— aparece en los análisis como un país que lucha por mantener su influencia en un sistema europeo que cambia rápidamente. La velocidad del aumento del gasto en defensa, la mayor desde el fin de la Guerra Fría, confirma esta tendencia.
Sin embargo, el creciente énfasis en la fuerza militar no elimina las dudas estratégicas. Columnistas del Financial Times subrayan la falta de claridad sobre la posición de Europa en un mundo donde la administración estadounidense, bajo lo que algunos llaman la “doctrina Trump”, envía señales ambiguas sobre su compromiso con los aliados. En este contexto, Martin Wolf se pregunta si una Europa “fragmentada” puede seguir prosperando, mientras Janan Ganesh destaca la vulnerabilidad geográfica y económica de un continente altamente dependiente de recursos críticos y cadenas de suministro externas.
A esta complejidad se suma otra preocupación: el equilibrio entre seguridad y políticas de desarrollo. Chatham House advierte que el desvío de fondos desde la ayuda internacional hacia la defensa podría generar efectos secundarios no deseados, debilitando la capacidad europea para gestionar crisis en regiones estratégicas y aumentando el riesgo de inestabilidad a largo plazo.
Por último, algunos analistas señalan un deterioro preocupante de la calidad democrática. Simon Kuper, en el FT, traza un paralelismo histórico entre el auge actual de movimientos iliberales y episodios de regresión democrática vividos en otras épocas del continente.
El panorama resultante es el de una Europa en redefinición, atrapada entre la necesidad de asumir mayores responsabilidades en materia de seguridad y la falta de un proyecto político compartido que marque un rumbo estable. Lo que está en juego no es únicamente la respuesta a la guerra en Ucrania o la relación con Washington, sino la capacidad del continente para sostener un modelo político y económico que ha sido pilar del orden liberal durante más de siete décadas.
5. El Ártico: la nueva frontera de la competición estratégica
La región ártica vuelve a situarse en el centro del análisis geopolítico, no por un conflicto convencional, sino por la creciente preocupación ante formas híbridas de presión y sabotaje que afectan a la infraestructura crítica del extremo norte. Según informó el Financial Times, líderes y responsables regionales advierten que el Ártico ha dejado de ser un espacio periférico para convertirse en un escenario de competencia directa entre grandes potencias, con implicaciones de alcance global.
El interés de Rusia por reforzar su presencia militar en la zona no es nuevo, pero se ha intensificado a medida que Moscú busca compensar las limitaciones que sufre en otros frentes. La región alberga activos estratégicos —desde instalaciones militares hasta sistemas energéticos y de comunicaciones— cuya vulnerabilidad es considerable. Las preocupaciones recientes se han visto amplificadas por la decisión de las Islas Feroe de valorar la instalación de un nuevo cable submarino para diversificar sus conexiones, un movimiento interpretado como respuesta preventiva ante posibles actos de interferencia.
Este escenario conecta con tendencias más amplias. Por un lado, los ejercicios militares rusos en Kaliningrado, reportados por SpyTalk, muestran una disposición creciente de Moscú a emplear tácticas que combinan presión militar, operaciones encubiertas y señales estratégicas destinadas a generar incertidumbre. Por otro, la región ártica concentra una parte significativa de los recursos minerales y energéticos críticos —incluidas tierras raras— que resultan esenciales para las cadenas de suministro occidentales. Esta dimensión económica, subrayada por Janan Ganesh en el Financial Times, coloca a la zona en el centro de la disputa por el control de activos estratégicos.
Al mismo tiempo, el Ártico representa un test contundente para la cohesión de la OTAN, especialmente a medida que países como Finlandia y Suecia redefinen el mapa político del norte europeo con su entrada o acercamiento a la Alianza. La respuesta común a posibles actos de sabotaje o desinformación —elementos habituales en la lógica de guerra híbrida— exige un nivel de coordinación que aún está en construcción.
Aunque el riesgo de un conflicto militar abierto en el Ártico sigue siendo limitado, la tendencia general apunta a un entorno más disputado. La combinación de factores —recursos estratégicos, tensiones con Rusia, vulnerabilidad de infraestructuras y falta de mecanismos claros de gestión de crisis— sugiere que el Ártico será cada vez más relevante en la agenda de seguridad occidental. No como teatro de una confrontación tradicional, sino como un espacio donde se ponen a prueba los límites del poder y la resiliencia de las sociedades avanzadas.
LO QUE SE SUSURRA EN LOS CÍRCULOS
La diplomacia secreta se vuelve más tensa
El mundo de la inteligencia ha ofrecido esta semana varios indicios de que la cooperación entre servicios occidentales atraviesa una fase de fricción más profunda de lo que reconocen públicamente los gobiernos. Las revelaciones difundidas por SpyTalk apuntan a tensiones acumuladas que, sumadas a la crisis venezolana, han erosionado algunos de los mecanismos de confianza que tradicionalmente caracterizaban a la comunidad transatlántica de inteligencia.
Uno de los episodios más comentados involucra a Kash Patel, alto cargo del FBI, cuya actitud hacia el MI5 británico ha generado malestar en Londres. Los desaires públicos —inusuales en un ámbito donde la discreción es regla estructural— se interpretan como una señal más de la incomodidad que sienten algunos aliados respecto a la dirección política de la inteligencia estadounidense. Si bien no representan una ruptura formal, este tipo de incidentes añade presión a relaciones ya tensionadas por la gestión de la crisis en Venezuela.
A ello se suma la detección de un buque de inteligencia ruso operando cerca de Hawái. Aunque Moscú ha recurrido históricamente a patrullas de observación en el Pacífico, el timing y la proximidad a activos estadounidenses sugieren un interés renovado por monitorear capacidades navales y sistemas de comunicación críticos. Para Washington, el mensaje es claro: Rusia continúa desplegando señales estratégicas en múltiples teatros, incluso mientras concentra buena parte de sus recursos militares en Ucrania.
Finalmente, SpyTalk informa de que James Clapper, ex Director de Inteligencia Nacional bajo la administración Obama, ha sido citado a declarar en una investigación del Departamento de Justicia. Más allá de las implicaciones legales, el caso reabre el debate interno sobre las prácticas, límites y supervisión de la comunidad de inteligencia durante las últimas décadas. En un contexto político polarizado, este tipo de citaciones adquiere inevitablemente una dimensión simbólica y puede alimentar nuevas tensiones entre agencias y antiguos responsables.
Tomados en conjunto, estos episodios confirman que la cooperación en inteligencia no es inmune a las presiones geopolíticas ni a los cambios políticos internos. La arquitectura que durante años sostuvo la cohesión entre aliados atraviesa un periodo de ajuste cuya profundidad aún no está clara. Lo que sí parece evidente es que, en un entorno internacional más competitivo, cualquier fisura en estas relaciones tiene implicaciones que van mucho más allá de la gestión de un incidente aislado.
Conclusión
Los desarrollos de esta semana no indican un giro estructural inmediato, pero sí confirman tendencias que llevan tiempo consolidándose: una mayor competencia entre grandes potencias, tensiones dentro de alianzas tradicionales y un entorno cada vez más sensible a la disrupción tecnológica, militar y política. Cada uno de estos elementos evoluciona a distinta velocidad y con impactos variables según la región, lo que obliga a observarlos con perspectiva y sin conclusiones apresuradas.
La situación en Venezuela revela cómo las decisiones unilaterales pueden generar fricciones incluso entre socios estrechos; el retroceso del control de armas nucleares refleja un deterioro continuado de los mecanismos de gestión del riesgo estratégico; China continúa ajustando su posición sin señales claras de ruptura; Europa sigue oscilando entre la necesidad de reforzar su seguridad y las dificultades para articular una agenda común; y el Ártico se consolida como un espacio donde la competencia se expresa de forma incremental y, en ocasiones, discreta.
En conjunto, son dinámicas que merecen seguimiento constante más que interpretaciones definitivas. La complejidad del sistema internacional actual no se presta a diagnósticos lineales, y los cambios relevantes suelen producirse por acumulación más que por eventos aislados. El objetivo, semana a semana, es identificar estos movimientos y situarlos en un marco que permita entender su evolución sin exagerarla ni minimizarla.
La próxima semana ofrecerá nuevos elementos —algunos previsibles, otros no— que ayudarán a matizar o confirmar estas tendencias. El análisis continuará desde esa misma premisa: observar, contextualizar y evaluar con cautela.



